El encargo consiste en la división de una vivienda decimonónica en dos viviendas independientes. Al visitar por primera vez la vivienda, se descubre un piso de un carácter ciertamente noble con carpinterías de madera original, suelos de castaño, roble y pino, cuatro chimeneas además de la salida de humos de la cocina y un trabajo de techos de gran interés. En el pasillo asoma una antigua escalera de servicio que aparece condenada por cada planta del edificio. Las carpinterías de los armarios empotrados, a pesar de ligeros alabeos, no presentan ataques de xilófagos. A todo esto una dimensión palaciega de los espacios con alturas superiores a los tres metros.
Desde este primer acercamiento a la vivienda se traslada a los propietarios la importancia patrimonial del piso y se les señala la necesidad de que las dos nuevas viviendas resultantes respeten en la medida de lo posible el punto de partida de la intervención.
Una vez formalizado el encargo se realizó un levantamiento exhaustivo de la vivienda, se catalogaron cada una de las carpinterías, incluidos armarios empotrados. Esta catalogación permitió aprovechar toda la madera disponible en la vivienda para formalizar nuevos elementos como la cancela de acceso a las mismas.
En este proceso inicial se realizó también un estudio de cada uno de los conductos de las chimeneas para su posterior uso como conductos de ventilación.
Como condición de partida, la vivienda habría de dividirse en dos que dispusieran de dimensiones similares.
Esta premisa chocaba inicialmente con la idea inicial de separar las viviendas conforme al muro que atraviesa la planta. Tras varias consultas, se observa que el muro de aproximadamente un metro de espesor podría ser un resto de una fortificación perteneciente a la muralla defensiva del Burgo de San Cernin. Ante la contundencia del mismo y por tanto la no conveniencia de su calado se asume el único paso como estrangulamiento obligado de la planta resultante.